Había una vez un planeta que giraba como todos los planetas, con sus mares, sus montañas y sus desigualdades. Allí, todo tenía jerarquía: el cielo estaba arriba, el suelo abajo, y entre ellos, la gente aprendía a ubicarse según su estatus. Los altos hablaban primero. Los ricos reían con eco. Los sabios usaban palabras largas para no ser entendidos.
Pero en un rincón del mundo, nació Luno, un niño con una risa que desobedecía la gravedad. Su risa no subía ni bajaba: se expandía. No venía del estómago ni de la garganta, sino del centro exacto de su ser. Era una risa plana como la línea del horizonte. Ni estruendosa ni tímida, ni masculina ni femenina, ni superior ni inferior. Era una risa horizontal.
Cuando Luno reía, no se burlaba. Su risa no comparaba. Su risa no celebraba el éxito de uno sobre otro, sino el simple hecho de existir juntos, sin escalones.
Un día, en la gran Asamblea de los Altos, Luno fue invitado “para entretener a los de arriba”. Pero cuando comenzó a reír, algo extraño sucedió:
El Rey sintió que su trono se derretía.
La Reina olvidó su corona en medio de una carcajada descontrolada.
Los Consejeros no supieron si estaban dando órdenes o recibiéndolas.
Y el público entero, al reír con él, dejó de recordar quién era quién.
La risa de Luno era tan llana, tan poderosa, que los techos se volvieron suelos. Las cúpulas se deshincharon como globos. Las palabras con títulos se desarmaron. Los uniformes se volvieron disfraces. Nadie tenía arriba ni abajo. Todo se volvió círculo.
La gente no sabía cómo vivir sin jerarquías. Les costaba al principio. Algunos intentaron construir pirámides con almohadas, otros se subieron a banquetas para hablar desde “más alto”. Pero Luno, sin decir nada, simplemente reía… y las pirámides se desarmaban solas. No por fuerza. Por risa.
Fue entonces cuando una niña le preguntó:
—¿Por qué reís así?
Luno le respondió:
—Porque en mi risa, nadie vale más que nadie. Ni yo más que vos. Ni vos más que un árbol. Ni el árbol más que una nube.
Ese día se declaró el Día Mundial de la Horizontalidad Emocional. No por decreto, sino por costumbre. Las escuelas se volvieron espacios circulares. Las decisiones se tomaban en ronda. El conocimiento se compartía como pan. Y la risa... la risa de Luno quedó grabada en la memoria del mundo como un sonido sin cima.
Desde entonces, cada vez que alguien intenta erigirse por encima del otro, una carcajada suave y llana se escucha en el viento, recordando que todos, absolutamente todos, estamos en el mismo plano de existencia.