En un rincón olvidado del mundo —llamado Villa Sabor— vivía un anciano conocido por todos como Don Guisandro, un filósofo cocinero que decía: “El alma, como el paladar, se cuece a fuego lento.” Tenía una olla negra heredada de su abuela chamana y una cuchara de madera que nunca lavaba, porque, según él, “el espíritu del guiso se acumula en las capas del tiempo.”
Don Guisandro no hablaba de política, ni de religión, ni de dinero. Hablaba del guiso. Pero quienes sabían mirar con ojos del alma, comprendían que cuando él decía "papa", en realidad hablaba de el Padre interno. Cuando hablaba de "rehogar la cebolla", enseñaba a aceptar las lágrimas como parte del despertar. Cuando decía “hay que saber cuándo poner el condimento y cuándo quedarse callado”, lo que enseñaba era ética, presencia, y escucha activa.
Cada domingo, sin falta, hacía su famoso guiso popular, que él llamaba “premium” con una sonrisa irónica. “Premium no es lo caro —decía—, es lo compartido.” En su patio se reunían el poeta borracho, la niña muda, el carnicero marxista y la monja exorcista. Comían sin mirar etiquetas. El único requisito era haber traído una vivencia real como ingrediente.
Un día, el intendente del pueblo quiso industrializar el guiso. “Lo venderemos enlatado, con código QR y todo. ¡Será un éxito!” Guisandro se rió tanto que le cayó una lágrima en la olla, y esa fue la sal más sabrosa del día. “No se puede enlatar el alma”, dijo.
Ese mismo día, bajo la mesa, el gato del barrio maulló tres veces. Un anciano ciego interpretó el presagio: “Es hora de escribir el tratado.” Así fue que Don Guisandro dictó su ensayo filosófico y espiritual, grabado en servilletas y ollas rayadas. En él definía las bases de un guiso verdaderamente transformador:
Toda zanahoria tiene su raíz en la infancia.
El fuego es la voluntad, pero el hervor es el corazón.
El hueso es el pasado; el tuétano, la lección.
No hay guiso sin mezcla: cada uno aporta su sabor, incluso el que calla.
El guiso premium no es gourmet: es el que te abraza sin decir tu nombre.
La obra fue enterrada bajo el ombú del patio, en un frasco de conserva, y nunca fue publicada. Pero quienes probaron aquel guiso aseguran haber soñado, esa noche, con su infancia reconciliada, con un amor perdido que regresaba, o con una voz interior que les decía: "Ahora sí, estás empezando a cocinar tu vida."