“Me Había Saltado la Quinta…”
— Fábula Desorbitada sobre un Salto Mal Calculado
Había una vez un cabrito llamado Telmo que vivía en una montaña de pensamientos. Literalmente. En lugar de rocas y pasto, el monte estaba hecho de ideas, recuerdos, emociones y preguntas no respondidas. Cada nivel de la montaña era una “etapa de conciencia”, y Telmo tenía una meta muy clara: llegar a la cima donde, según contaban las mariposas lúcidas, se encontraba la Flor de la Claridad Total.
El recorrido se hacía por escalones que no eran físicos, sino mentales. Se los llamaba “las cinco”.
La primera era la de la ingenuidad alegre: todo parecía un juego.
La segunda, la rebeldía brillante: ahí cuestionaba todo.
La tercera, el dolor que enseña: ahí los pasos se hacían lentos.
La cuarta, el entendimiento silencioso: una niebla de calma.
Y la quinta, la más compleja: el desarme del yo.
Pero Telmo, que era impaciente y bastante astuto, encontró un atajo entre la cuarta y la cima.
—“¡Ya entendí! No necesito pasar por la quinta. Si me salto eso, llego antes”, se dijo.
Y así lo hizo. Se impulsó con una idea brillante (“¡Yo puedo solo!”), usó una metáfora como catapulta, y ¡zas!… saltó directo a la cima.
Pero al llegar, no encontró la Flor de la Claridad Total. En su lugar había un espejo.
Un espejo que lo reflejaba... borroso.
—“¿Qué es esto?”, se preguntó, frustrado. “¿Dónde está la claridad?”.
Fue entonces que un cuervo filósofo, que dormía enrollado en una nube de dudas, se acercó y le dijo:
—“Te faltó la quinta, cabrito. El desarme del yo. Sin pasar por ella, todo lo que ves es solo una ilusión aumentada de ti mismo. Saltarse la quinta no te lleva más alto, solo más rápido a tu propia sombra.”
Telmo bajó la mirada. Comprendió. Y sin decir una palabra, descendió humildemente, paso por paso, hasta volver a la cuarta.
Allí esperó pacientemente, y cuando estuvo listo, se adentró en la quinta.
No había caminos. No había palabras. Solo un susurro interior que le decía:
—“Soltá lo que creés que sos.”
Y Telmo soltó. Todo. Hasta su nombre.
Y entonces, recién entonces… la Flor apareció.
Moraleja:
A veces creemos que ya entendimos todo y que podemos saltarnos lo más difícil. Pero lo más difícil es justo lo que nos transforma. Sin atravesar la quinta, todo lo demás es solo un salto bonito… pero vacío.