"La Fábula del Ser que Asusta a los de Arriba"
Había una vez, en una torre sin fin, una sociedad que creía haber alcanzado la cima de todo. Habitaban los últimos peldaños del universo, donde el poder ya no necesitaba justificación y las ideas se medían por su capacidad de control. Los que vivían “infinitamente arriba” no temían a nada… salvo a una sola cosa: El Ser de Abajo.
Nadie lo había visto, pero todos hablaban de él. No tenía nombre, ni jerarquía, ni forma definida. Algunos decían que era una criatura sin orgullo. Otros murmuraban que su risa no necesitaba aprobación. Pero todos coincidían en una cosa: El Ser de Abajo no quería subir.
—“Si no quiere ascender, no desea poder”, razonaban los de arriba.
—“Y si no desea poder, entonces no se le puede controlar.”
Ese era su terror: no el caos, no la rebeldía, sino la indiferencia. Porque El Ser de Abajo no odiaba a los de arriba... simplemente no los necesitaba. Su existencia era plena por sí misma.
Una vez, enviaron a un emisario a buscarlo. El emisario descendió durante mil lunas, bajando escalón tras escalón, esperando encontrar oscuridad, hambre o súplica. Pero cuando llegó, lo encontró danzando entre raíces y silencios, dibujando con barro y viento.
—“¿Por qué no subes?”, preguntó el emisario.
—“¿Para qué?”, respondió el ser. “¿Allá se puede oler la tierra mojada después de la lluvia?”
El emisario volvió confundido. Los de arriba decidieron prohibir hablar de aquel ser. Su nombre no se mencionó más. Pero en secreto, cada uno lo soñaba… y en sus sueños, sentían un alivio tan profundo como el miedo que lo precedía.
Con el tiempo, algunos comenzaron a bajar. Primero uno, luego otro. No por rebelión, sino por curiosidad. Y descubrieron que no había abajo ni arriba, sino otro modo de estar: el de ser sin tener que subir.
Moraleja:
A veces, el ser más libre es aquel que no necesita escalar para sentirse grande. Porque cuando uno ya está en sí mismo, no hay cumbre que lo tiente… ni poder que lo compre.